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Entrevista a Sonia Quisberth Castro, la mujer que se convirtió en un caso testigo para la justicia argentina

Tiempo Argentino, 27 de abril de 2012.

Lucía Álvarez   “Solo las madres que tienen un chico especial entienden lo que se padece”. Llegó hace 12 años desde Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Tuvo un hijo en Buenos Aires, ahora de seis años, que padece una grave discapacidad. La Corte le ordenó al gobierno porteño que solucione su situación de vulnerabilidad.

Desde su llegada a Buenos Aires, hace 12 años, hasta este martes, cuando la Corte Suprema de Justicia ordenó al gobierno porteño darle una vivienda y una solución definitiva a la situación de vulnerabilidad que viven ella y su hijo, Sonia Quisberth Castro parecía encerrada en ese círculo de la exclusión en el que todo se entrelaza siempre para peor. En Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, había escuchado que la Argentina era “un país lindo, donde se ganaba bien”. Decidió dejarlo todo y venirse sola. Terminó en un taller de costura, trabajando 16 horas por día, durante casi cuatro años.

Tras su renuncia, se puso en pareja y quedó embarazada de un hombre que la abandonaría tras el parto, y la acusaría de los problemas del bebé al nacer. Jordi, que hoy tiene seis años, padece una encefalopatía congénita no evolutiva, que le afecta la visión, la audición y la motricidad. Los cuidados son múltiples y para poder acompañarlo a cada uno de los especialistas que se encargan de su caso –un psiquiatra, un traumatólogo, un otorrino, un neurólogo, un endocrinólogo y un alergista– Sonia renunció a conseguir un trabajo y una vivienda digna. Desde entonces, pasan sus días en paradores, hoteles, casillas, o simplemente en la calle, y dependen de un subsidio habitacional de la Ciudad de Buenos Aires, con límites temporales y no renovables.

En 2008, cuando vivían en una ranchada en Pichincha y Brasil, Sonia tomó contacto con la Defensoría General de la Ciudad, que llevó su caso a la justicia. Con la decisión del máximo tribunal de justicia, ella y su hijo se convirtieron en un caso testigo para las cientos de demandas judiciales para que se garantice el derecho a la vivienda ante la crisis habitacional. “Quiero que mi hijo no esté encerrado entre cuatro paredes, que tenga la libertad de gritar, de correr, de lo que sea. No vivir más privados de todo”, cuenta tras enterarse de la resolución, en una entrevista con Tiempo Argentino.

“En el parto, mi hijo tuvo complicaciones. La enfermera me dijo que se iba a morir, porque su corazón latía muy lento. Yo les pedí que me hicieran cesárea, pero no me escucharon, me dijeron que tenía que ser por parto natural. Así que nació con fórceps. Yo ni sabía lo que era. Pero pienso que todo es culpa de eso, que no habría pasado nada si me hubieran hecho la cesárea. Después tuvo problemas para alimentarse porque se le había cerrado la boca del estómago y una médica me dijo que me tenía que ponerme las pilas para alimentarlo porque si no me lo iban a quitar. Así que durante los dos años siguientes, me tuve que dedicar a él, a llevarlo dos o tres veces por semana a distintos hospitales, sin la ayuda de nadie.”

 

–¿El padre nunca se hizo responsable?

–No, nunca se hizo presente. Salí un año con él, pero la relación no funcionaba bien. Después del parto le pedí ayuda pero se negó. Me dijo que a mi hijo le pasó eso, lo del fórceps, por mi culpa, porque yo hice algo. Eso me preocupó siempre. Algún día mi hijo tiene que hablar, tiene que pasar un milagro para que mi hijo se vuelva normal. Esa es mi esperanza.

–¿Pudo seguir trabajando?

–No. Siempre quise trabajar, pero cuando tenés un chico así no es fácil. Menos para alguien sola como yo. Sólo las madres que tienen un chico especial entienden lo que se padece. Muchas veces entré en depresión, no sabía qué hacer. Y no da tiempo porque sólo estaba pendiente de su salud. Yo quería trabajar en el día y que mi hijo estuviera cuidado por una persona. Creía que había hogares así. Pero no, me la pasaba de acá para allá. Es como si me hubieran atado las manos.

–¿Cómo se las arregló?

–En el 2006, un asesor tutelar me consiguió un subsidio de 300 pesos. Con eso pude alquilar una pieza en Laferrere, pero el viaje era muy largo y la dueña me sacó los papeles así que me fui a los dos meses para el hogar Azucena Villaflor. Igual tenía que estar en la calle todo el día y a las cinco de la tarde nos recibían, era muy cansador. Teníamos que aguantar el frío, la lluvia. Entrábamos empapados. A las seis de la mañana teníamos que estar desayunando y a las siete afuera, otra vez. Yo me sentía agotada. Así que el asesor consiguió que me dieran uno de 450, pero tampoco alcanzaba. El alquiler en el hotel al que me fui era de 500 pesos, por una habitación chiquita, sin ventana, cerca del baño ¿Sabés cómo era la humedad? Aguanté hasta que nos fuimos a la Villa 15, a una casita chiquita, con cocina y baño.

–¿Cuánto tiempo se quedó?

–Como dos años. El problema es que en el día, cuando tenía que salir a los hospitales, nos robaban mucho. Dos veces perdí los documentos. Y como soy extranjera no me lo entregaban al rato. El de mi hijo sí, pero el mío se demoraba y no podía cobrar nada, tenía que presentar actas por mesa de entrada y por eso me fui. Pero terminé en un criadero de gatos, otro hotel con el baño muy asqueroso.

–¿Hay mucho abuso en los hoteles?

–Ahora nos están cobrando 2300 por una pieza con un baño privado. Porque antes, en otro donde compartíamos baño, mi hijo se contagió de hepatitis A. Fue terrible, me asusté, cada cosa que se me presenta me lleva un susto. Esas enfermedades yo no las conocía, y todo se le presenta a mi hijo. Es como un susto, como fuera del mundo. Yo lo siento así. Yo me asustaba y estaba susceptible todo el tiempo. Por eso busqué con baño privado.

–Pero antes pidió un crédito en el Instituto de Vivienda de la Ciudad (IVC).

–Sí, pero no pasó nada. Es que yo le había mandado una nota a la presidenta Cristina Fernández y en una papelito que me llegó al hotel, ella me decía que me inscriba en el IVC. Pero ahí me pidieron un recibo de sueldo de no se cuánta plata. ¿Pero cuándo yo voy a conseguir eso?

–¿Pensó en volver a Bolivia?

–Estoy acá por la salud de mi hijo. Acá se atiende en el Hospital Tobar García con un psiquiatra, en el Santojanni con un alergista, en el Roca con un traumatólogo y un otorrino, porque también tiene una disminución del oído. Al Garrahan vamos por genética, neurología y endocrinología.

–La Corte Suprema habla de una solución definitiva, ¿qué significa eso para vos?

–Que me den una vivienda, una casita que tenga patio, para que mi hijo no esté entre cuatro paredes, para que tenga la libertad de correr, de gritar lo que sea. En donde vivimos se molestan los vecinos, el mismo dueño del hotel. Nosotros vivimos privados de todo.

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